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Aurora Boreal que me alumbra (Alejandro Vásquez Escalona a Selenia)

Redacción Batalladeideas
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La mujer presta atención con expresión de desagrado. De aburrimiento vespertino. El entorno es áspero. Aroma de pausa en la guerra fría. Terminaste, haz una pregunta. La observo de la manera más imparcial posible. Apagó el ordenador. Me escucha, creo. Escribir es una explosión de emociones. Transmitir a otro un desliz emocional. La chica atraviesa la diminuta cocina rumbo a su cuarto. Al escribir esas tonterías, no conseguirás comida para la casa. Pies en el suelo. Vives como si estuvieras en el aire, sentencia. Me oyó igualmente, vuelvo a reflexionar. Inhala profundamente. Me purifico por dentro la inquietud. Agradezco en un silencio prolongado. Floto en el aire tras finalizar un relato. Salgo de un estado en el que me desaparezco. Solo hay palabras luchando en hojas electrónicas.

Ella se agacha para investigar los pequeños artículos que ofrece el comerciante: Dos cuchillos de cocina rudimentarios. Un objeto de metal en deterioro. Dos libritos de catecismo deslavado. Gastado por manos de fe. Una cámara de fotos hecha en casa sobre su caja deteriorada igualmente.

Una navaja multifuncional con fundas de hueso manchado. Otra navaja con tapa roja y una cadena de cuentas plásticas coloreadas con un círculo metálico y el símbolo de la paz en su interior. Unas gafas para hacer snorkel. Un estetoscopio clínico. Los ojos castaños claros estriados de la joven revelan su fascinación. Yo me acomodo también.

Es una maravilla, un objeto descubierto. Le cuento sobre Eugene Atget, el fotógrafo que cautivó a los surrealistas de París con sus fotografías extravagantes, pero tranquilas, tal vez inocentes: Un vestido de novia junto a una cadena de chorizos y una silla de montar exhibida en una vitrina. Me observa y parece querer sumergirme en el aroma natural de su aliento. Con el aire natural de su ser. El mercado se asemeja a un río. Las personas sus ríos amplios y profundos. Los susurros matizados por alguna voz elevada resultan innecesarios. No los oímos.

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