Alejandro Vásquez Escalona regaló a Jaicel una bicicleta de color negro. Una bicicleta de color blanco. Una chica con pantalones cortos blancos. Un joven con camiseta…
Una bicicleta negra. Una bicicleta blanca. Una muchacha de bermudas blancos. Un chico con franela negra, barba negra. Va a besarla. Ella se empina sobre la punta de sus pies para alcanzar el beso. Llovió. Los árboles, escurren las últimas goteras de la lluvia sobre el césped. El sol no es una rodaja de piña anaranjada. La luna aún no ilumina el cielo como una telaraña. La tarde es plomiza. Nadie toma mate, ni cerveza sentado sobre la grama. No hay conversaciones entre amores o amigos. Dos o tres personas más deambulan como si dudarán de su presencia en el parque. Ausencia. Ausencia. Silencio húmedo. El corredor fotografía con la mirada. Casi termina su rutina de trote. Su vestimenta está mojada. A veces desliza su lengua por los labios, lame el agua que baja de su cabeza. Se ve alegre, como si acabara de enamorarse. Como si una muchacha de ojos insoslayables lo hubieses seguido en panorámica de admiración cuando cubría uno de los circuitos. Tiene sesenta y tantos años.
En alguna ocasión leyó a Osho que contaba cuando asistió en condición de oyente a un curso de escritura con un poeta en una universidad norteamericana. Osho corría regularmente en el Central Park de New York por la mañana. Durante la dinámica del taller de poesía confraternizó con el docente que también trotaba. Osho lo invitó a que lo hicieran juntos. Así sucedió. Una mañana caía una lluvia recia, pero sin ventisca. Osho como siempre salió a correr al parque. Disfruto de la lluvia. Un día después al final de la clase de escritura, preguntó al poeta cómo se sentía, por qué no fue a trotar ayer. El docente, con semblante sereno, quizás ingenuo sonrió. No, con esa lluvia es complicado salir a correr. Cuando llueve no troto. Osho ecuánime también, se refugió en el silencio para no correr fuera de la universidad. Este no es poeta nada, pensó. Se despidió. Miró por última vez el aula de clases. Caminó hacia la calle. A mojarse de poesía callejera. De palabras húmedas, alegres. Palabras de migrante. Tal vez su única propiedad en el país prestado donde vive.
Me gusta la lluvia. Al día siguiente, al terminar la clase de escritura, le preguntó al poeta cómo se encontraba y por qué no había ido a correr el día anterior. El maestro mostró una expresión tranquila y tal vez inocente al sonreír. Salir a correr es difícil con ese clima lluvioso. No corro cuando está lloviendo. Osho, igualmente equilibrado, optó por el silencio para no salirse de la universidad. Él no es poeta en absoluto, reflexionó. Dijo adiós. Observó la sala de clases por última vez. Se dirigió a la calle. Sumergirse en la poesía urbana. Con palabras alegres y húmedas. Palabras de una persona que emigra. Quizás sea el único bien que posee en el país de acogida donde reside.
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